El inicio de la tormenta
- Mónica Alba
- 23 sept 2016
- 4 Min. de lectura
Recién habíamos cumplido 10 meses de casados, y no pudimos celebrar pues por esos días Dani estaba un poco enfermo, tenía tortícolis (eso pensábamos), pero con el paso de los días el dolor se volvió insoportable al punto en que no podía dormir, el siguiente síntoma que vimos fue que su brazo izquierdo ya no podía moverse normalmente sino con mucha dificultad y todo su cuerpo derecho tenía hormigueo (como cuando a uno se le duermen los pies), esto ya no era una tortícolis (pensaba yo), parecía ser algo más complejo, el dilema era que no teníamos seguro para ir por urgencias a alguna clínica, por lo que en el menor tiempo posible hicimos todo el papeleo con la eps para poder acceder al servicio, y a la primera clínica que fuimos por urgencias fue a la San Ignacio, sin embargo allá no quisieron atenderlo, porque sus signos vitales se encontraban estables, entonces no se catalogaba como una “urgencia” los síntomas que presentaba mi esposo.
Un día después de esto, ya no solo no podía mover su brazo izquierdo sino que sus piernas no respondían bien para caminar, por lo que nuevamente nos dirigimos a urgencias pero en la Clínica Nueva, eso fue el viernes 23 de Septiembre de 2016.
Gracias a Dios lo atendieron super rápido y el primer dictamen médico que recibimos por un internista, es que aparentemente era algún problema muscular, nada de que “preocuparnos”, pero que sin embargo sugería que lo viera un neurólogo.
Un neurólogo?, dentro de mi pensaba, bien, si no es nada grave porque debe verlo un neurólogo?, debe ser algo muy delicado.
Tuvimos que esperar entre 5 a 7 horas, después de hacerle varios exámenes como radiografías y resonancias magnéticas al cerebro, cuello y tórax, para poder saber que era lo que estaba sucediendo.
A eso de las seis de la tarde, me hicieron el llamado para acercarme a urgencias y hablar con el neurólogo. Y sus palabras fueron cortantes, frías y secas:
-Su esposo tiene un tumor en el cuello, va a quedar hospitalizado en cuidados intermedios, pues hay un alto riesgo de paro respiratorio, por la ubicación del tumor
Me recorrió un frío de pies a cabeza y lo primero que pregunté fue si era un tumor benigno o maligno, pues ya había vivido la experiencia de un tumor maligno ( a mi mamá le había dado cáncer de mama hacía 3 años), y sabía claramente lo que eso significaba; a lo que el doctor respondió que no era posible saberlo hasta que se hiciera un estudio de dicho tumor, que de ahora en adelante tenía que verlo un neurocirujano, pero eso no sería sino hasta el próximo día en la mañana.
Poco a poco el temor invadía mi corazón, en esa conversación con el doctor, Dani no estuvo presente, por lo que le pedí al neurólogo, que hablara con él y le explicara la situación, pues a mi no me salía ni media palabra, y sabia que en el instante en que hablara con Dani, me iba a derrumbar en llanto.
En segundos, las enfermeras de urgencias, movieron a Dani de la silla rimax en la que había estado todo el día sentado ( a pesar que yo había pedido le dieran una mejor silla o una cama, pues el dolor que él tenia en el cuello, no le permitía sostenerse bien sentado), y le asignaron la habitación donde estaba el equipo de reanimación.
Yo espere un tiempo prudencial, para que el doctor hablara con Dani, y luego fui a verlo, yo estaba destrozada, respirando profundo para contener mis lágrimas, y lo primero que veo al entrar en la habitación, es que Dani está feliz, sonriendo…. ¿Porque está feliz si el médico le acaba de dar una noticia no tan buena?…
Bueno… resulta que el médico no le dijo nada!, yo tuve que explicarle que habían encontrado un tumor en su cuello y que iba a quedar hospitalizado, no aguante mas, y las lagrimas empezaron a fluir en contra de mi voluntad.
En la siguiente hora, me entregaron todas las pertenencias de Dani, sus zapatos, su ropa… nada podía quedarse con el, ni siquiera el celular, ni siquiera yo! Y lo trasladaron a cuidados intermedios, donde me dijeron que las visitas eran restringidas, sólo podría verlo 2 horas en la mañana y 2 horas en la tarde.
Esa fue la primera vez que nos separábamos después de casados, no hubo ni tiempo para pensar, en un abrir y cerrar de ojos nos habían separado, él en el hospital y yo en nuestro apartamento, sola, sola con Dios y todo el caos de sentimientos y pensamientos en la cabeza.
Esa noche me puse su pijama y dormí en el lado de la cama donde él se hacía, para no sentir su ausencia, sin embargo no dormí, era imposible dormir después de todo lo que había pasado ese día.
Jamás imaginé que todo lo vivido ese día era tan sólo la punta del iceberg, el inicio de la tormenta...

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